Filadelfo Figueroa
Ahí sonaba en la rokola de diez pesos la canción un puño de tierra que dice el día que yo me muera no voy a llevarme nada, no más un puño de tierra.
Le llegaba hasta el alma aquella canción, la sentía como si fuera él a quien mencionaba con aquella frase que dice vagando voy por la vida nomás recorriendo el mundo.
Largo trago a la cerveza para matar no la sed física sino la de la vida, a veces tan quemante como el desierto o decepcionante como un falso paraíso.
Cuantos amigos ya no están, recordando sus frases, sus sueños, sus anhelos, y simplemente ya no están, cumplieron su ciclo de vida o simplemente murieron cuando menos lo esperaban.
Sentir su presencia también da nostalgia, ya no se cuenta con ellos, con sus opiniones, o simplemente para decir salud y hablar de lo que fuera.
Cada canción era un recuerdo, eso de tener tantos amigos no resulta porque cuando se marchan llega la tristeza por ya no poder volver a verlos.
Caminar con ellos, impulsar proyectos, materializar ideales, vagar por pueblos, barrios y colonias, vivir accidentes y problemas.
Viajar por la noche entre carreteras llenas de montañas, platicar simplezas para ahuyentar el sueño.
La vez en que viniendo de Salina Cruz manejando entre en profundo sueño y despertar mordiendo el voladero, y ver a mi amigo Fleury contemplando a morfeo y no sentir que ese pudo ser su último instante de vida.
Cederle el volante a Federico y a los pocos minutos quedarse dormido y lograr esquivar chocar de frente con un camión cargado de trozos, gritarle para que volanteara.
Sentir que sobre mi puerta va a chocar un viejo autobús, o simplemente ser parte de un accidente y salir vivo quien sabe cómo.
Así pensaba el tejonero en aquella mesa bebiendo cerveza con su respectivo mezcal traído del meritito Zompantle Albarradas, rumbo a la región Mixe pasando por la Villa de Mitla.
Amigos muertos en forma violenta, jóvenes aún, privados de la vida por sus ideas y otros por transeúntes de caminos de fiesta y diversión.
Ver el rostro de aquellos muertos de manera violenta, con facciones tranquilas y hasta con una sonrisa por la forma que se fueron de este mundo.
Eso sí, en ninguno de ellos he mirado angustia, creo que estaban preparados para dar el último suspiro, y se fueron con la calma del guerrero, de no tener miedo para ese paso a lo desconocido y que identificamos como muerte.
En la rokola se escucha el rey de mil coronas, esa que dice yo no tomo en la botella que otro toma.
Porque yo no se perder
Has de saber,
Que siempre he sido el rey
El rey de mil coronas, entonada por Lalo Mora.
Recuerda los momentos difíciles donde tuvo que decidir que hacer cuando todo era derrota.
Donde no hay saliente de donde agarrarse, ni tampoco una mano salvadora más que el fondo oscuro de una barranca.
Recordó cuando viniendo de Pinotepa Nacional estuvo a punto de irse al voladero por quedarse dormido al volante.
Fue algo divino lo sucedido porque el conductor de una camioneta le silbó para evitar el accidente, y gracias a ello no irse al fondo de la barranca.
Voltear a ver a todos profundamente dormidos y no advertir que puso ser su último día de vida, o despertar cuando todo era vacío fuera de control.
No olvidó detalle de ese día, ir a Pinotepa Nacional, dirigirse a San Andrés Tetepec, a una de sus rancherías y de ahí salir para la ciudad de Oaxaca.
Y cuando parecía estar llegando bien encontrar cerrada la carretera a la altura del paraje La Antena Sola de Vega.
Montones de troncos impidiendo el paso y sin fecha para solucionar el conflicto.
De ahí regresar a San Cristóbal Honduras y trepar por el cerro de la Trompeta rumbo a Santiago Minas, pasar por el Coquito, el Venado, el Oscuro, Las Huertas, llegar a Santo Domingo Teojomulco y pasar por Santa María Texmelucan.
Pasar por corral de Piedra con un silencio de armonía entre su gente, algunos perros ladrando a nuestro paso, el Ciquito con sus veredas hechas calles y la ruta de la brecha pasando por río Limón.
Ese Oaxaca de Montaña de gente recia, seguramente vigilando nuestro paso.
Las calles semioscuras o con un foco perdido en algún poste.
Zurcar la Montaña para llegar a Santa María Sola hasta salir a la carretera principal con rumbo a la ciudad de Oaxaca.
Fue en el Venado donde Federico sintió el vencimiento del sueño, por lo que había que hacer cambio de conductor.
De ahí, pasando Texmeluxan la carretera completamente sola, ni un vehículo en sentido contrario, con la agonía de la noche.
Todos profundamente dormidos, quien sabe que soñaban.
Pasar por estos pueblos es recordar sus conflictos de límites, sus enfrentamientos, la rivalidad de sus habitantes.
Mirar al frente queriendo ya estar en Oaxaca, y mirando a todos en profundo sueño confiando estar en buenas manos.
Ya para tomar la bajada, de pronto, no saber nada, un instante, un segundo, y escuchar un silbido a lo lejos, y creer que es ajeno, y de pronto saber que es a uno.
En una curva rumbo al voladero, y la desesperación de quién está tratando de salvarte.
No sé cómo sucedió, pero el único vehículo que encontramos ese día saliendo de aquella carretera fue para salvarnos la vida.
En ese instante no se siente nada, no se piensa nada, hasta minutos después se da uno cuenta de haberse salvado de la muerte.
No se siente miedo, sino de un vacío de cómo algo ajeno evitó aquel accidente.
Y aquellos amigos durmiendo profundamente nunca sabrán que estuvieron a punto de ser protagonistas de una desgracia.
Despertarlos y solamente decirles ya salimos a la carretera principal hacer quien sigue manejando.
Pero ese segundo, ese instante de poder despertar, es una eternidad y un breve tiempo entre la vida y la muerte.
Ver a todos los amigos contentos recibiendo el día y alzando los manos contentos de llegar a nuestro origen de salida.
Y el tejonero guardando silencio, reflexionando de haberse salvado por alguna ecuación extraviada en el universo.
Recordar aquel incidente como una película y no contarlo nunca, es algo privado en el pensamiento, pero también pudo haber sido el último instante en este mundo.
De haber sucedido, quien viviría, y que hubiera pasado, las consecuencias.
Al final sólo es una anécdota, un recuerdo, una plática, eso es la vida, si no pasó no pasó y nada más.
El humano no se da cuenta que la vida se juega en el lomo de un toro bravo, y a veces puede resultar mal la corrida.
Cerrar carreteras es una forma de llamar la atención por parte de las comunidades para ser escuchados por el gobierno y recibir atención a sus problemas.
Habíamos acudido a Pinotepa a instalar una radio comunitaria, al igual que en San Andrés Huaxpaltepec.
Nuestro paso obligado pasar por Juquila, San Marcos y entrar y salir por Río Grande, probar ahí los cocos frescos.
Desayunar en Santiago Jamiltepec con la recomendación de no permanecer mucho tiempo por la presencia de grupos delincuenciales.
Todos estos recuerdos en aquella tarde poniendo canciones en aquella Cantina tomando mezcai y cerveza.
Las águilas vuelan solas con Beto Quintanilla para elevar el espíritu y el Rey con José Alfredo Jiménez para saberse pobre pero contento.
He pensado quien nos salvó de caer ese día al barranco, si fue un acto divino o pura casualidad de tener un Salvador físico.
Mis amigos ni cuenta se dieron y tampoco les conté lo sucedido, solamente al salir al crucero con la carretera principal les pedí que otro manejara y dormir un poco antes de llegar a la ciudad de Oaxaca.